jueves, 9 de enero de 2014

EL POSADERO

Al principio, el posadero, pendiente de la soldadesca, que era mucha y pagaba bien, no reparó en el caminante, de pie, bajo el dintel. Tal vez, porque, en su bolsa, pobre y mendicante, no tintineaban las monedas, al paso. Pero, la camarera, de ojos grises y pies pequeños, sí se había fijado en aquel mendigo y en el amor con que se miraban él y la vieja muñeca de carne, que se mecía, sempiterna, en la mecedora de mimbre, guardada por el gato, enroscado, frente a ella. Por eso, hizo pasar al hombre y le preparó un té rojo, mientras él le contaba, sin pasión, la historia más sencilla y, a la vez, más amarga del mundo.

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