Aquel lunes, 14 de abril, el sargento Cruz entró a la comisaría de Pocitos, en el distrito norte de Calima, con una sombra gris, a las espaldas.
El suicidio de Lucía, su excompañera, tras 9 largos meses de fuerte depresión, había sido un golpe, en la boca del estómago. Y, es que, la brigada de desaparecidos te roía los huesos.
Su taza, sin café, y un nuevo caso, le esperaban, sobre una mesa atestada.
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