Nada queda, tras el tifón absurdo, tras su lengua de muerte. Nada en pie. Y asumimos a los 10000 muertos filipinos como pérdidas razonables.
Es una cuenta, restar es fácil, con los ojos cerrados.
Somos ciegos economicistas, tratando de escalar, sin cuerda a la que asirnos, una empinada pared ética. De seguir así, nos despeñaremos.
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