viernes, 1 de noviembre de 2013

EL GUSTO ES MÍO

Marcela nunca tuvo nada. Ni, madre, ni, dinero. Se crió con las monjas, que quisieron guiarla por piadosos senderos. Pero, a ella, más que rezar, leer vidas de santos, o, jugar con las otras niñas, que, a menudo, la hostigaban, tal vez, por que era pobre, tal vez, porque se cuchicheaba, por el claustro, que su madre había sido una Doña Inés, cosa que, por el tono, le parecía un insulto, aunque no lo entendía, del todo, ella prefería estar entre peroles, con la hermana Rocío, haciendo ricas tartas de calabaza. Además, las dos tenían los ojos del color de las moras maduras. Y, cuando se miraban, a Marcela, parecía envolverla algo más que el amor de un dios frío.

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