martes, 24 de marzo de 2015

TESOROS

Buscando, me cansé, y no lo hallaba, el tesoro, por mí, tan anhelado. Tonto fui, o ciego desasosegado, que no vi que la joya que cumple los deseos, dentro estaba, de mi cerrada mano.

martes, 17 de marzo de 2015

MONIGOTE

Era una fría mañana de primavera. Tanto, que, créanlo, o no, la gente iba, con guantes y bufanda, por la Plaza Del Coro, antes denominada: Plaza de los Condecorados, para honrar a los 20 generalotes, que, junto a Cid Portillo, perpetraron lo que, en el argot popular, se llamó: La Noche de las Botas de Hierro. Todos andaban, como autómatas, como hormigas, en fila, programadas para oler los culos de sus antecesoras, sin levantar la vista del suelo, ni, plantearse nada, más allá del siguiente paso. En aquel escenario gris, algunos, como si fuera parte de su rutina, de su diario ritual, le lanzaban monedas a Julio, un mendigo loco, pero, inofensivo. Eso sí. Sin mirarlo, no fuese a contagiarles algo de su trastornada realidad. Por eso, no se percataron de que el cestillo, donde tintineaban las monedas, estaba vigilado por un monigote, literalmente, muerto de frío.

lunes, 9 de marzo de 2015

RECOSTADO

El Buda se ha recostado, sobre su lado izquierdo. Su cuerpo, que, a los 80 años, se parece a una vieja carreta, ya no aguanta. Sabe que va a morir. Pero, no se ha aferrado, tercamente, a la vida. Apoyando su sien, calmadamente, sobre su mano, expira, y, ya no es el Buda, sinó, el cadáver de un Buda. Pero, antes de esto, de acabar, El Amado, El Mil veces Bendito, El Tatagata, nos preguntó, hasta en tres ocasiones, si teníamos alguna duda sobre el Darma. El silencio absoluto fue, por otras tres veces, la respuesta de la excelente asamblea. Tras aquello, levantando una tronante voz, dijo, amorosamente: - Perseveren, en la atención consciente- Fue allí, entonces, donde todos los vicus y vicunis vimos ponerse el sol azul del Buda, mientras 90000 universos temblaban.

sábado, 7 de marzo de 2015

REFLEJOS

Allí, sentado en el café, sólo sentado. Sin hacer nada más que doblar, cuidadosamente una servilletita de papel, hasta dar forma a una grulla blanca, atravesada, a veces, por una discontinua línea, azul marino, Leo se percibió. Sintió su enfado como agua estancada, sucia, cual nube negra, que le cortaba la respiración. La veía. Ahora, sólo sentado, en la mínima terracita del Suances, pudo mirar, directamente a los ojos, a la Gorgona de su ira, impulsada por las Harpías de su impotencia. Y, respirando, poco a poco, sólo sentado, consiguió que se fueran, sin dañarle. Aunque, no, sin pelear.