martes, 17 de marzo de 2015

MONIGOTE

Era una fría mañana de primavera. Tanto, que, créanlo, o no, la gente iba, con guantes y bufanda, por la Plaza Del Coro, antes denominada: Plaza de los Condecorados, para honrar a los 20 generalotes, que, junto a Cid Portillo, perpetraron lo que, en el argot popular, se llamó: La Noche de las Botas de Hierro. Todos andaban, como autómatas, como hormigas, en fila, programadas para oler los culos de sus antecesoras, sin levantar la vista del suelo, ni, plantearse nada, más allá del siguiente paso. En aquel escenario gris, algunos, como si fuera parte de su rutina, de su diario ritual, le lanzaban monedas a Julio, un mendigo loco, pero, inofensivo. Eso sí. Sin mirarlo, no fuese a contagiarles algo de su trastornada realidad. Por eso, no se percataron de que el cestillo, donde tintineaban las monedas, estaba vigilado por un monigote, literalmente, muerto de frío.

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