viernes, 22 de noviembre de 2013

DECADENCIA

El llanto de la niña olía a menta, a canela y a azúcar, a azahar. Reposando en el pecho de Cristina, que, agotada, tras 6 horas de parto, miró a Sara, como quien redescubre el universo, en un parpadéo, la pitufa aspiraba, aprendiendo, desde la mansa barca del sueño, el olor de su madre. Borja entró, más tranquilo. El sarpullido que, poco antes, por nerviosismo, le recorría la cara, ya se había pasado. Y, cuando Cris le abrió una sonrisa de magnolias frescas, el decadente mundo ya no pudo cogerle de la pechera.

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