sábado, 23 de noviembre de 2013

LOBOS

Sentadito en el catre de su celda, el cabrón esperaba, como el niño ejemplar, que espera un caramelo, tras haber hecho toda su tarea. Atentamente, Tomás contó los 22 pesados pasos de Alberto, hasta que, aquel funcionario, hijo de la gran puta, que le detestaba profundamente, abrió, de mala gana, la jaula, en la que le habían confinado, aquellos fétidos 23 años, como un lobo, con una argolla en el pescuezo, sólo porque amaba a los pequeños y quería estar, siempre que pudiera, cerca de ellos, dentro de ellos, en su sexo, en su boca, en su dulce culito... Nunca quiso matarlos, pero, es que gritaban, después de coquetear, todos se resistían. Y, claro, tenía que hacerlos callar. Por eso, les amputaba los labios. Un cruel silencio, precursor del que se rompió, por fin, con el tac, tac de la cerradura, abriéndose.

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