jueves, 28 de noviembre de 2013

DADOS

Tomás olió el pavimento, otra vez. Aquel acre y seco aroma le encantaba. Le recordaba, tras cada sucia inhalación, que era libre. Allí, sentado en la terraza de LA TRIGUEÑA, una pequeña cervecería, incardinada, coquetamente, en la calle MARAVILLAS, al oeste de Hirta, frente a un enorme parque, plagado de verde, de vida vespertina, en fin, de movimiento, Tomás degustaba una suave rubia, con su inquieta naricilla de mono inmersa en la blanca espuma. Desde allí, oteaba el paisaje. Decenas de niños y niñas pasando frente a él, con sus bicis, sus muñecas, sus chuches... Y, nada. Quizá, habían dejado de atraerle. No, no, eso era imposible. De repente, una risa, a su izquierda, le puso en guardia. Dos jovencitas, no pasarían de 17 años, le señalaban, riéndose de su ridícula nariz de mono, cubierta de espuma. Una de ellas, la más alta, la que más se reía, llevaba dos dados tatuados en el brazo izquierdo, cuyos puntos, sumados, daban 7, su número de la suerte, y, ahora, de la fatalidad, porque él no aguantaría una ofensa así. Se vengaría, vaya si se vengaría. Ese par de niñatas tenía que saber que era un hombre, de los que se vestían por los pies.

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