domingo, 24 de noviembre de 2013

EL INSTANTE

El camino fue largo. Por pedregosos secarrales, los llevaron, hacia la cueva de la Zorra, allá arriba, en el pico de la Promesa. Durante aquel paseo, los azules cantaban, victoriosos, apuntando, con hambrientos fusiles, a aquellos colorados, traidores de la patria. El poéta, el hijo del panadero, con la cabeza alta, anduvo, hacia el matadero, sin temor, pero, con algunas dudas. Nunca supo, por ejemplo, que diantres era ser azul, o colorado. Él siempre había sido de tez morena, como Fabián, su padre, como todo aquel pueblo, Conde de Valdeolivos, que sudaba cada grano que comía. Revolucionario, subversivo, todo eso le llamaron. Quizás, porque creía en las idéas, en que el hombre no era digno de llamarse hombre, si no reflexionaba en lo que hacía y, en porqué lo hacía, en el origen de las injusticias, del sufrimiento... Cuando llegaron a la boca de la cueva, sin esperar a tenerlos de frente, los cobardes verdugos les ajusticiaron. Y, el poéta, como los otros 29, cayó sobre la tierra, como la flor marchita del cerezo.

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