viernes, 14 de marzo de 2014

ENANA BLANCA

Ayer, en el sopor extraño de la noche, el vaporoso Hidril, soñó que los 1000 soles de Mardeirán se compactaban, convirtiéndose en una enana blanca, que engulló el argénteo y gran planeta, de 12 anillos. Todo silbaba, dentro del gran horno, crujía y se disolvía, retorciéndose, como masa fresca, en manos de un diestro panadero. Los Kuril se evaporaban, por no haber hecho caso al cambio imperceptible, al principio, de aquellos macrosoles. Pensaron que, como siempre habían estado bien, en aquel planeta, tomado a los zingul, desde hacía 500000 eones, no pasaría, nunca, nada malo. Cuando Hidril despertó, goteó, tembloroso, desde las hojas más altas del nugle, que le servía de casa, hasta donde había llegado, serpenteando, raíces arriba, para comprobar, aliviado, que todo había sido una pesadilla, provocada, quizás, por horadar demasiada roca. Sin embargo, desde aquella mañana, siempre miró, con recelo, a aquellos mil sempiternos astros.

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