Cuando cerró los ojos, resbalando, acuosa, despreocupadamente, sobre las rocas planas del valle Tindul, al este de Mardeirán, Turm comenzó a sentir, en su líquida piel, el gélido aliento de Ulma, la isla blanca, donde el hielo reinaba, donde iban los suyos, a quedar congelados, en los tiempos desiertos, cuando se daban cuenta de que los muchos eones les vencían, a la espera de un próximo deshielo.
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