viernes, 21 de marzo de 2014

DESMEMORIADO

Hace poco, le vi. Nada quedaba, en aquellos ojos, amarinadamente azules, del sagaz estadista, de antaño, que llevó a Murga, a un breve cielo, tras pasar, 40 largos años, bajo la perra bota de Durán. No me reconoció. Su perdida mirada rebotaba, en mis huesos, volviendo a refugiarse en Hermínia, su mujer, como un niñito se resguarda en su madre, cuando tiene miedo. Y, yo, Antonio Requejo, sempiterno secretario, confidente fiel, callado amante, tuve que morderme la lengua, para no descubrir el amor que le profesaba a aquel hombre bueno, que ya no me conocía.

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