miércoles, 26 de marzo de 2014

DESERTOR

Caminó, sobre el cieno de su alma, sin comprenderse, bien, adhiriéndose al polvo de sendas ya pisadas. Marta era un recuerdo amargo, la foto, en sepia, de una desilusión, que, amarilleando, por el desgaste, aún aparecía, en la cabeza de Gonzalo. Era una piel desnuda, la reseña de un beso, un recuerdo a limón, en los cabellos lacios, eternamente negros, que ya no recubrían las huérfanas almohadas. Era el vacío, el nunca, que ella bramó, tras el último portazo, tras la postrera bronca incomprensible, lo que, a Gonzalo, le carcomió, poco a poco el corazón, hasta secarlo. Por eso, un lunes, un 14 de abril, mojado y verde, Gonzalo desertó, del secarral, en que se había convertido su vida, lanzándose, desde la azotea.

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