lunes, 9 de septiembre de 2013
UNA VUELTA
Sandra reía, nerviosa, y señalaba, con el rabillo del ojo, a Juanan, para que Patricia, su mejor amiga, desde la guarde, supiese que ella daría lo que fuera, por comerse aquel bollito, que le volvía las bragas calimocho.
A sus 16 años, a Sandra le fascinaba aquel chaval, de 18, que conducía un CLIO negro, tapizado en rojo, que, en realidad, pertenecía a su tío Quique, con aire chulesco.
Por eso, cuando, en aquella primera nochevieja de casi adultez, el chico le devolvió una tierna mirada, de soslayo, antes de desaparecer, como humo, entre la mucha gente, el lazo estuvo listo.
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