domingo, 2 de febrero de 2014

FÉRETRO

Allí estaba la caja, con el cuentista, dentro. No era nada especial. Sólo un ataúd de roble, pequeño, bien rematado, marrón, como otros tantos. En resúmen, un guardamuertos, al uso. Desde allí, inmóvil, vio pasar, a su rubia y flamante mujer, que no le quería, que, nunca le había querido, pasar, frente a él, con una gruesa piel de zorra, al cuello. Fingía pesadumbre, pero, su marido, aun estando más frío que un témpano azul, Rui supo distinguir aquellas lágrimas de cocodrilo, que coronaban los azules ojos, de su santa esposa. Junto a ella, su editor, un escritor frustrado, cuya única virtud era ser más joven y guapo que él. Cuando Pablo posó, discretamente, su brazo, sobre los hombros de ella, Rui ya no pudo contenerse y rodeó sus cuellos, con una helada e iracunda soga.

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