domingo, 20 de abril de 2014

EL RUEGO

La enlutada mujer se postró, ante el sagrario, con la mirada fija en los ojos de aquel, que su fe, inquebrantable, durante tantos años, había llamado: Señor. Ahora, más que nunca, le necesitaba, para salvaguardar la honra de su hija. Frai Ramiro, sigiloso, cual gato al acecho, la llamó, con el hambre en sus ojos amarillos. - Luzmila, no ores tanto, que Cristo ya se sabe tus cuitas y tus necesidades. Además, tu hija casará pronto, y no hay mayor bendición, para una madre. No pidas nada más, porque eso es avaricia y el buen Dios la castiga, severamente- - Por los clavos del Salvador, que no es para mi, lo que pido- contestó la atribulada mujer, sin modificar su posición, sinó, para mi hija, a quien el Duque de Verganza, sátiro, impenitente, querrá, seguro, desvirgar, en su noche de bodas- - Recuerda, hija mía- dijo, con voz ladina, el astuto frailecillo- que Dios ha puesto a las autoridades y ha mandado que, si tu amo te pide andar una legua, tú, solícitamente, andes dos. Así, pues, si el duque exige, de tu hija, las primicias, es su derecho- sentenció el innoble clérigo, demoliendo toda esperanza-

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