jueves, 3 de abril de 2014

ATERRIZAR

El avión la dejó en una Calima, desconocida, para ella. Marisa Ripalda no recordaba la gran avenida, cuajada de tiendas de primeras marcas, por la que el taxista la condujo, como si no fuese de allí. Entonces, como buscándose, a tientas, sacó un pequeño espejo de bolsillo, de aquel minúsculo bolsito gris. Y, al mirarse, sonrió, como una niña, al ver, ante si, a una mujer, completa, de ojos verdes y pelo castaño y brillante, que le miraba, segura, desde donde Luís ya no era. Por primera vez, en 23 años, su cerebro dijo sí a su cuerpo, dejándola vivir, en paz.

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