Las flores, ya marchitas, conservaban, aún, quizás, en mi memoria, el aroma de las manos, siempre dulces, de mi abuela. La terraza, en la que, de pequeño, jugaba a la pelota y, a los bolos, sintiéndola enorme, me pareció pequeña y agobiante.
Quise, entonces, sólo por un momento, regresar a la infancia, para recuperar los ojos que descubren.
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