domingo, 29 de diciembre de 2013

ESPECTATIVAS

Entró 20 minutos antes de la hora. No vio a nadie. Pero oyó el bullicio amistoso, externo a él, independiente de él, que no se dirigía, en lo más mínimo, a él, caldear la estancia, a su alrededor. No obstante, Henry se sintió aislado de aquella ola fraternal, pesadamente afuera, inconscientemente excluído. Nadie le habló, ninguno le incluyó en alguno de esos grupitos cerrados, que hablaban, entre cómplices risas, de las navidades, de cocina, de suerte, de las pequeñas cosas, que hacen agradable la vida. Sintiendo frío, en su columna vertebral, Henry trató de sumergirse en una profunda meditación, para calmar su ser. En cambio, sólo sintió la nieve neoyorkina, que se apretujaba allá, en la calle, bamboleando su corazón, hasta casi, tumbarlo. De repente, una mano le asió, para entrarlo a la sala. Pues, su ceguera, unida a la amarga meditación, en la que estaba inmerso, no le había dejado darse cuenta de que la gente ya caminaba, hacia la sala. Al principio, primó, en el auxiliado, la desorientación, el desequilibrio y un breve enojo. Pero, en seguida, el amable olor de Widney, más su calor humano, frenaron la propensión a fuerte marejada de Henry.

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