jueves, 8 de mayo de 2014

UN HOMBRE

Como todos los seres sintientes, el pequeño Sidarta nació aferrado a un tiempo y, a un espacio. Algunos cren que fue consciente del dolor, desde su alumbramiento. Porque, el difícil parto, provocó la muerte de su regia madre. En efecto, el pequeño era un príncipe, de la tribu Sakia, que estaba destinado a reinar. Pero, Sidarta no estaba inflamado, por las ansias guerreras de su padre. Así, que el rey, considerándolo pusilánime, e incapaz de afrontar la vida, lo recluyó, en palacio. Dormido, entre lujos y almohadones. Pero, de vez en cuando, el noble joven salía, a escondidas, con el cochero. Y, en las polvorientas sendas del reino, vio enfermos, pobres y muertos. Vio, cara a cara, al sufrimiento, y, quiso remediarlo. Para ello, dejó su bastón de mando, y su riqueza, dedicándose a la vida contemplativa, buscando desarraigar el dolor de los corazones de todos los seres. Y, aquel hombre nuevo, fue llamado: El despierto, el Buda.

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