lunes, 5 de mayo de 2014

ESPEJOS MUERTOS

El ramaje pervierte lo que toca, en el sombrío valle, de la acacia dormida, arrumbada, en el absurdo suelo, por las patas-columnas del elefante añil, hambriento de sus refulgentes hojas. Nadie socorre al lobo, en su caída. El aullido final es inaudible. Más allá, colgados, en una nube negra, de graznido incesante, los buitres avistan, con sus espejos muertos, al inmóvil y enorme lobo, abandonado, seco, derruído, inexorablemente indefenso. Resignado, aunque fue cazador, a ser carroña.

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