martes, 22 de octubre de 2013

RABIA

Ella no perdonaba, no. No, porque aquella putabala le destrozó la vida. Joven, viuda, apestada. Tuvo que irse de Donosti, 2 meses antes de la semana grande, con 2 niños pequeños, 2 enanos, que eran toda su vida, y que vivían asustados, como el canario que ve al halcón, oteando los balcones, en busca de comida. Mirando hacia atrás, como los delincuentes que no eran, cada vez que una capucha gris se cruzaba con ellos. No, Ahinoa no perdonaba al chacal que disparó, sin pena, contra su marido. No perdonaba el miedo, que, todavía le mordía la sangre. No, no podía perdonar a quien les había emponzoñado el alma. Por eso, cuando Estrasburgo sentenció firmemente, a favor de aquella etarra, aunque no era la suya, su asesina, volvió a desgarrarle el corazón. El desarraigo y el acoso, sentir que el suelo se resquebrajaba, bajo sus pies, después de tanto tiempo.

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