domingo, 13 de octubre de 2013

ODIO

Lo odiaba todo. Nada le encajaba. Tenía 15 años y parecía no cuadrar con nadie. No conectar le molestaba, le jodía, sobremanera, la felicidad de los otros. Ser un paria era un asco. Para sentir que tenía opiniones, que formaba parte de algo, que era alguien, se rapó la cabeza, se tatuó un 88 y una cruz gamada, en cada brazo, y patrulló las calles, junto a otros descerebrados, como él, para sembrar maíz ensangrentado.

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