Detrás de las palabras, el vacío se cuelga de mi boca, para guardarme de andar burbujeando estupideces.
Como un buen perro lobo, la quietud cuida de mi torpe lengua, y no la deja andar causando incendios.
Todavía, la ira no ha dominado el océano, la sima mas profunda de mi paz. Pese a que escucho, cada vez más cerca, el venenoso siséo de mil cobras.
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